No existe un camino único hacia el 11-S, un origen concreto con fecha y apellidos. El mayor atentado terrorista de la historia dio sus primeros pasos en la década de los 80, a miles de kilómetros del World Trade Center y a solo unos cientos al mismo tiempo, en casa de la víctima
Busquemos la primera historia escribiendo un nombre, o puede que un alias, pues tenía decenas: Ramzi Ahmed Yousef. Wikipedia nos habla de un tipo nacido en 1968, kuwaití y de ascendencia paquistaní, licenciado en Gales y amante de los trajes de Armani. Él es la primera historia que contar. No existe una razón que explicara su regreso a Pakistán desde tierras británicas, ni el propósito que tomó entonces su vida: matar norteamericanos. Y ya.
El origen del 11-S: dos décadas de cocción a fuego muy lento que explotaron en el World Trade Center
No existe un camino único hacia el 11-S, un origen concreto con fecha y apellidos. El mayor atentado terrorista de la historia dio sus primeros pasos en la década de los 80, a miles de kilómetros del World Trade Center y a solo unos cientos al mismo tiempo, en casa de la víctima. 11-S
Busquemos la primera historia escribiendo un nombre, o puede que un alias, pues tenía decenas: Ramzi Ahmed Yousef. Wikipedia nos habla de un tipo nacido en 1968, kuwaití y de ascendencia paquistaní, licenciado en Gales y amante de los trajes de Armani. Él es la primera historia que contar. No existe una razón que explicara su regreso a Pakistán desde tierras británicas, ni el propósito que tomó entonces su vida: matar norteamericanos. Y ya.
Así se lo confesó a su amigo Abdul Murad en 1992 y por ello se aplicó en el curso para montar bombas que realizó un año antes en tierras paquistaníes. En aquella conversación de amigos, Murad le dio la clave: «En el World Trade Center trabajan miles de norteamericanos y judíos». Yousef, psicópata narcisista de manual, fue el responsable de elevar el terrorismo yihadista a una escala mundial: soñó el desastre a lo grande.
Rebobinando más de una década de aquella charla llegamos hasta otro cabo, un contexto histórico. 1980, el punto más caliente del planeta es Afganistán, donde la URSS vive su propio Vietnam en las montañas afganas, persiguiendo fantasmas barbudos: son los muyahidines, doctorados en el arte de la guerrilla y que llaman a la yihad contra el invasor ruso. A su llamada acuden millones de dólares estadounidenses en forma de misiles y miles de radicales musulmanes, entre ellos un tallo de 24 años, hijo de un magnate árabe y que atiende al nombre de Osama Bin Laden.
La oficina de servicios, la base… Al Qaeda
El dinero de Osama ayuda y mucho en su progresiva escalada y en 1984 crea una red para el desarrollo de la guerra santa: oficina de servicios se llamará. Es una escuela de terroristas que en 1986 ya cuenta con sucursales por medio mundo. Su ‘oficina central’ está en Nueva York: la mezquita de Al Farooq, como relata Steven Emerson en su obra ‘American Yihad’. El enemigo ha entrado en el salón de casa. Cuando en 1988 comienza la retirada soviética, la oficina cambia de nombre y pasa a conocerse como ‘La base’, entrando directamente en el radar de los servicios de inteligencia de medio mundo, que apuntan su nombre musulmán: Al Qaeda. En 1989, Bin Laden ya es su jefe supremo merced a un bombardeo yanqui que acaba con su predecesor. Otro loco de tantos, pensarán.
Volvamos a tierras norteamericanas, a 1989, a Carolina del Norte y su brillante facultad de ingeniería, donde estudia el educado Khalid Sheik Mohamed. Su origen es otra adinerada familia kuwaití y su metamorfosis también incierta, pues se relaciona con sus compañeros, a los que aguanta pesadas bromas cada vez que reza descalzo. En más de una ocasión, Mohamed debe ir a buscar sus zapatos al lago universitario. KSM, como la historia le conocerá a partir de entonces, se licencia cum laude y regresa a Pakistán, donde se une a una ONG que ayuda a rebeldes afganos. No tardará en empuñar un arma y unir su destino al de su nuevo amigo, Osama.
La invasión de Kuwait por Sadam Hussein desencadena todo: Osama ofrece su ayuda a los saudíes, que escogen a EEUU
Con todas las piezas en posición, la chispa que enciende la mecha llega a comienzos de la década de los 90, con la invasión de Kuwait por las tropas de Sadam Hussein. Es entonces cuando Bin Laden pone su organización a disposición del gobierno saudí para expulsar al invasor. Los jeques agradecen sus servicios para echarse, acto seguido, en brazos norteamericanos. La bandera de las barras y estrellas pasa a colocarse en la mirilla de Bin Laden. EEUU se convierte en el gran Satán.
Y aunque esporádicas, Al Qaeda va dejando sangrientas migas de pan en tierras norteamericanas: pequeñas bombas, agresiones o aquel asesinato en septiembre de 1990: la víctima es el rabino judío Mehir Kabane, un tipo que predica la violencia contra los «perros árabes»; su asesino, El Sayed Noseir, técnico de aire acondicionado que encuentra la fuerza necesaria para semejante crimen en el imán de la mezquita de Al Farooq.
El 1 de septiembre de 1992 comienzan a unirse los puntos, como un pasatiempos infantil. En la terminal de llegadas del JFK aterriza Ramzi Yousef, impecable como suele, volando en primera clase y con una sola idea en su cabeza. No tiene problemas para pasar el control de aduanas -donde su acompañante/cebo es cazado con un manual para hacer bombas en la maleta- y dirigirse al último taxi de la fila, donde pide al conductor, compatriota, que le lleve a Al Farooq. Allí, obtiene la segunda bendición a su plan, tras recibir la primera en Sudán, donde vive exiliado Osama Bin Laden.
Casi seis meses después, a las 12,17 horas del 26 de febrero de 1993, Yousef abandona el segundo sótano de la torre norte del World Trade Center, donde aparca un camión cargado de fertilizante, gasolina y nitroglicerina. No puede evitar alejarse lo justo para presenciar su obra, y no tarda ni cinco segundos en darse cuenta de su ‘fracaso’: la explosión revienta siete plantas, mata a seis personas y deja heridas a un millar. Pero la torre sigue en pie. Yousef abandona el país de inmediato dejando un escueto mensaje que se mueve entre la leyenda y la realidad: «La próxima vez seremos más certeros».
Cambio de plan: de las bombas en tierra a los misiles por aire
1994. Pasa el tiempo, poco. Yousef se ha reencontrado en Lahore (Pakistán) con su amigo Murad, también de vuelta de Estados Unidos, donde acaba de terminar un curso de pilotaje. Otra animada charla entre ambos concluye con un nuevo y siniestro plan: utilizar aviones como misiles para derribar edificios. La excitación lleva a la pareja a compartir sus ideas con el tío de Yousef, tan exultantte como el sobrino y que se ofrece a buscar financiación económica consultando al jefe. El tío de Yousef es KSM, el jefe de KSM es Osama Bin Laden.
En 1995, Murad y Yousef son detenidos en Filipinas y Pakistán. En la habitación contigua a Ramzi duerme KSM, que logra escapar de chiripa. La idea de su sobrino se convierte en su proyecto de vida, al mismo tiempo que FBI y CIA toman constancia de la amenaza que se cierne: el escaneo del ordenador de Yousef y las torturas a Murad -descargas eléctricas, simulación de ahogamiento y lo que sea necesario- han dado su fruto con detalles, cifras y objetivos a derribar. En 2002, la Casa Blanca reconocerá por primera vez que conocían los planes yihadistas.
El FBI siempre negará haber tenido esa información, pero Osama Bin Laden no puede ser más elocuente, apareciendo ante las cámaras de ABC News con un mensaje definitivo: «Veo un día muy negro para los Estados Unidos». Es 1998, quedan tres años y la Operación Aviones ya está en marcha. Las células durmientes de Al Qaeda comienzan a despertar. Quedan tres años.